La fuerza estructuradora de las letras, es decir de la escritura, ha tomado, a través de las culturas, los atributos que marcan la diferencia entre la historia y la prehistoria. La medicina que antes podía transmitirse de médico a médico mediante la transferencia oral de conocimientos, abarcaba solo aquello que podía ser retenido en la memoria de los iniciados en un marco de profunda religiosidad.
El avance tecnológico, superada ya la capacidad memorística, aún de los más privilegiados, requirió el registro gráfico para marcar el curso de una investigación científica, las características de una enfermedad o el resultado de una terapia. Requirió asimismo la presencia del papel para la anotación de estadísticas, comportamientos, prevenciones y pronósticos.
La historia de la medicina hizo culto, a veces con amplitud exagerada de miras a las primeras descripciones de enfermedades para cuya comunicación el eventual descubridor había tenido el cuidado de escribirlas en cartas o enviarlas a las editoriales de revistas especializadas. Pasado el tiempo, los profesionales en salud no quedaron conformes con el escrito médico firmado por una autoridad en determinado campo, sino que, por afectación de rigor científico, exigieron de él, apego absoluto a normas internacionales.
Con el afán de inducir a los profesionales médicos a registrar sus ideas o el resultado de su trabajo y de registrarlos bien, en cualquiera de los muchos medios, afortunadamente vigentes en nuestro país, la Academia Boliviana de Medicina, como parte de su programa científico programado a principios de la presente gestión, ha llevado a cabo un Taller de Actualización sobre el Escrito Médico, cuyos resultados son ahora publicados en este Manual.
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