Esta queja triste y amarga del desconocimiento del quehacer médico fue enviada a AMI-List hace un par de años. Desconozco el autor o por quién fue enviado. Vale la pena leerlo.
Hace más de 25 años tuve un sueño: ¡ser médico!; y con ese sueño aparecieron muchas inquietudes como la de curar, y si no la de contener a la gente que sufre o a los familiares que desesperan.
Y fui médico: curé, ayudé y salvé vidas. Como soy humano, a veces fallé en esta misión, entonces me asaltaban dudas y culpas, y con ellas las ganas de aprender más, corregir errores y especializarme constantemente para trabajar mejor.
Pero ahora, con la situación que vivo, me planteo si realmente quiero seguir ejerciendo la Medicina. Los tiempos cambiaron, y de ser el médico respetado por la sociedad que cura y alivia, pasé a ser un instrumento de los gobiernos de turno con sueldos magros que rayan en lo obsceno, y una herramienta de las obras sociales, manejadas por burócratas que seleccionan profesionales a dedo, que exigen rigor académico y pagan como si fuera un estudiante de cuarto año de Medicina.
Al mismo tiempo, en el país nunca existió una política de salud que regule la salida de médicos ergo: superpoblación médica, mala calidad profesional.
En los últimos años se agrega una nueva realidad: la discriminación, ya que los médicos somos los únicos profesionales que padecemos los juicios de mala praxis, y a pesar del máximo cuidado con el que realizo los procedimientos a mi cargo, mis errores que son humanos, ¡no tienen perdón!; porque detrás de un traspié hay un abogado dispuesto a hacerme pasar años de angustia y dolor, y que al mejor estilo capitalista quiere plata, poniendo en riesgo el futuro de mis hijos y mi libertad, porque con la nueva legislación puedo ir preso.
Trabajo con miedo y el miedo me hace pedir mil estudios para llegar al diagnóstico, con el consecuente encarecimiento de todo el tratamiento. Me exigen resultados y garantías como cuando compran un electrodoméstico, olvidándose que en mi trabajo hay riesgos, y muchos.
Me controlan, me exigen, me presionan, rindo cuentas y exámenes, ante abogados, fiscales y jueces todas los días. Los auditores de las obras sociales me miran de costado como a un delincuente, pero me pagan honorarios miserables cada mes de realizada mi práctica médica. La sociedad ya no confía. Se perdió el respeto.
Me cansé; y yo, como dicen los chiquillos: ¡Así, no quiero jugar más!
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